Here Is How I Really Feel About Dominican Influencers
Esto Es Lo Que Pienso Acerca de Lxs Influencers Dominicanxs
By Carmen Rita Candelario
Do you remember when we used to find “cool” people exclusively in movies, TV series and soap operas? There was a delay between seeing someone we liked on-screen and finding out more about them. And, in that space between curiosity and satisfaction, there was so much magic.
These days, all it takes is for you to be half-naked on your bed with a face mask on (or not), scrolling away on Instagram, where every other woman with a pretty feed and more than 10k followers is eager to let you know about her skin routine. But don’t get me wrong, I really like social media, and I certainly flip through those stories with products I will convince myself I may need.
However, I feel like we have crossed a very important line when it comes to what we now call influencers or blogueras. Somewhere along the crazy path the internet put us in, we became infatuated by the instant gratification of learning where someone got a really cute outfit, that we no longer look for actual style. We have also had the audacity to replace quality articles with long captions and stories, which is why I sustain that not many people have an actual opinion on anything — including myself. And let’s not forget how a cheap auto-tune session can turn anyone, with a decent ‘singer’ façade, into an ‘artist’. So much of what we defined as cool has turned into likes, followers and feeds that seem out of a Benetton catalog.
When I stop to think about the things that, as a society, we glorify these days —like the idea of getting the equivalent to Christmas and Los Reyes combined, every week—, I can’t help but realize how well it all plays into the Dominican mentality and values.
I used to date a guy that always had something to criticize about how I dressed. In his mind, I shouldn’t ever be “cute”; rather, he wanted me to be sexy. To be wanted. To be acknowledged in every room I entered because of how I looked. So, when I turn to Instagram and see so many Dominican women who look impossibly beautiful, put-together and, yes, sexy —every damn day—, I chuckle and feel sad at the same time. I think about how far that is from my reality, but also how close to the ideal for so many it has become.
But if I dare to be brutally honest, I am disappointed at how little the Dominican community has democratized social media and the “influencer world.” The women I see capturing the hearts and minds of so many back home, not only lack so much of what made people cool back then —you know, like unique talents, craft, and creativity—, but also often enjoy a level of privilege that should be recognized not because there is something wrong with it, but because thinking that their life is attainable to everyone is deeply problematic.
We have become a society that is willing and eager to bend the rules for what we consider role models, simply because of someone’s lifestyle and looks that allude to superiority, and what is even worse, one that can’t be questioned. We have neglected the curiosity that I believe we need so much, especially living in a small island, and turned to group chats and Instagram photos that serve no purpose other than trying to get us close to that coveted influencer lifestyle, whether we care to say this out loud or not.
Part of me wants to believe that we will snap out of it. That just like every restaurant that opens in Santiago, we will get tired of the menu and seeing the same people. Yet, in the end, how else will we make the case to our tías that we are relevant if our photos don’t get any likes? And what will the kids say they want to be when they grow up?
¿Recuerdas cuando solíamos encontrar personas cool exclusivamente en películas, series de televisión y telenovelas? En ese entonces existía un lapso entre ver a alguien que nos gustaba en la pantalla y descubrir más sobre ese persona. Y, en ese espacio entre curiosidad y satisfacción, había tanta magia.
En estos días, todo lo que se necesita es que estés semidesnudx en tu cama con una mascarilla facial (o no), brechando Instagram, donde todas las demás mujeres con un feed bonito y más de 10k seguidores están ansiosas por contarte saber sobre su rutina de cuidado de la piel. Pero, no me malinterpretes, a mi me encantan las redes sociales, y chequeo esas stories con productos que, definitivamente, me convencerán de que podría necesitar otra crema o spray.
Sin embargo, siento que hemos cruzado una línea muy importante con lo que ahora llamamos influencers o bloguerxs. En algún momento a lo largo del camino en el que nos puso Internet, nos enamoramos tanto de la gratificación instantánea que provoca saber dónde alguien obtuvo un outfit “bonito”, que ya no buscamos estilismo o creatividad. También hemos tenido la audacia de reemplazar artículos de calidad con captions largos, por lo que sostengo que no muchas personas tienen una opinión real sobre nada, incluyéndome a mí. Y no olvidemos cómo una sesión de auto-tune barata puede convertir a cualquier persona con una fachada de "cantante" en un "artista". Gran parte de lo que definimos como cool, se ha convertido en likes, seguidorxs y perfiles que parecen salidos de un catálogo de Benetton.
Cuando me detengo a pensar en las cosas que, como sociedad, glorificamos en estos días —como la idea de obtener el equivalente a Navidad y Los Reyes combinados, todas las semanas—, no puedo evitar darme cuenta de lo bien que todo esto juega con la mentalidad, cultura y hasta valores dominicanos.
Solía salir con un chico que siempre tenía algo que criticar acerca de cómo me vestía. En su mente, nunca debía ser "linda", más bien, él quería que fuera siempre sexy y deseada por todo el/la que me viera. Por eso es que cuando estoy en Instagram y veo tantas mujeres dominicanas que lucen increíblemente hermosas, y sí, sexy, todos los benditos días, me río y me siento triste al mismo tiempo. Pienso en lo lejos que está de mi realidad verme así, pero también qué tan cerca del ideal se ha convertido para tantxs verse así.
Pero si me atrevo a ser brutalmente honesta, me decepciona lo poco que la comunidad dominicana ha democratizado las redes sociales y el mundo de los influencers. Las mujeres que veo capturando los corazones y las mentes de tantxs en casa, no solo carecen de mucho de lo que hacía de la gente cool en ese entonces —ya sabes, como talentos únicos y creatividad—, pero a menudo también disfrutan de un nivel de privilegio que debe reconocerse, no porque haya algo malo en ello, sino porque pensar que sus vidas son alcanzables para todxs es profundamente problemático.
Nos hemos convertido en una sociedad que está dispuesta y ansiosa por romper las reglas de lo que consideramos modelos a seguir, simplemente por el estilo de vida de alguien y lo que parece superioridad, y lo que es aún peor, una que no se puede cuestionar. Hemos descuidado la curiosidad que creo que necesitamos tanto, especialmente viviendo en una isla pequeña, y recurrimos a los grupos en WhatsApp y fotos de Instagram que no tienen otro propósito que tratar de acercarnos a ese codiciado estilo de vida influencer, nos atrevamos a decirlo en voz alta o no.
Una parte de mí quiere creer que esto no será para siempre. Que, al igual que todos los restaurantes que abren en Santiago, nos cansaremos del menú y de ver a las mismas personas. Sin embargo, al final, ¿de qué otra manera vamos a explicarles a nuestras tías que somos relevantes si nuestras fotos no tienen likes? ¿Y qué van a decir los niñxs que quieren ser cuando crezcan?