Strangers On The Internet & My Abuela
Extrañxs En El Internet y Mi Abuela
As a kid, I hated that the computer was in a spot in the living room that was visible from all angles. My sister and I were the only ones who used it, so why was it in the middle of a place we would have been very rarely in otherwise? I know now the placing was more than deliberate. My mother and grandmother both had always been wary of the internet and how easily it could put us into contact with complete strangers. I wouldn’t say they were overprotective, now at least, but more like they were aware of the risks and knew that kids could be incredibly stupid at times. In spite of their fear and constant warnings, I’ve used the internet as a networking tool since I was about eight or nine years old. In the past 10+ years, though, the number of people who use the internet in my household has dramatically increased. This has made it impossible to ignore how the lines of my childhood have become ironically blurred.
The popularization of smartphones, and the ease of access to social media networks is the main reason for this shift. A lot of cellphone companies don’t even stock flip-phones anymore, which is why my mom was forced to buy my grandmother her first iPhone a couple of years ago. My grandmother was, to put it lightly, hesitant. She did not want all of the bells and whistles that came with a smartphone. She had no problem with still —religiously— buying calling cards from the bodega, even though her sisters had upgraded to WhatsApp for all of their international chisme needs. Little did she know how revolutionary the swap would be for her.
Sooner rather than later, my grandmother began to take full advantage of the bells and whistles she had once looked down on. She was immediately added to a bunch of group chats, and she became an avid purveyor of those religious chain messages we’ve all received. Despite all of her acquired knowledge, she wasn’t ready to be considered tech-savvy, which meant me and my sister were always called on to help her with her phone. On one such visit, the notifications for one of her group chats caught my eye. Some of them read:
Yalitza: Hace frío aquí en Chicago, pero preparé una comida buena.
Penelope: Aquí hace un calor que da pena.
We live in New York, and most of our family is in DR or Pennsylvania, so reading that a friend of hers was in Chicago just made no sense. During the time I had her phone, she kept getting notifications from people I had never heard of, but who were apparently her friends. I asked where she knew them from, and she said she had never met them, but they were all doing the same diet plan as her.
The person who had incessantly warned me about talking to strangers on the internet, was now talking to strangers on the internet. Not to mention, it seemed to me like this group chat featured people from all over — people she probably would never have the chance to meet in person. I was in shock.
It’s impossible to have predicted how social media applications would grow to include the most unlikely of demographics. These days, it’s not uncommon to find people who, for years, had no idea how to use a computer, now on everything from Whatsapp to Facebook, and I knew this.
I knew that WhatsApp, specifically, has dramatically revolutionized the communication of tías and abuelas everywhere. It was just surprising to realize the extent of accessibility of these applications, and how this phenomenon has, of all people, affected my grandma. Before the rise of WhatsApp, my grandma wouldn’t have ever dared to speak to a stranger on the internet. Mostly because how we worked computers with such ease was a mystery to her. However, it's important to consider when you make these mediums of communication accessible to all, everyone begins to reap their benefits. Although, I do still laugh at the irony of it all.
Cuando era niña, odiaba que la computadora estuviera en la sala de estar, visible desde todos los ángulos. Mi hermana y yo éramos las únicas que la usábamos, entonces, ¿por qué estaba en el medio de un lugar en el que nunca estaríamos si no fuese por usarla? Ahora sé que la colocación fue más que deliberada. Mi madre y mi abuela siempre habían sido cautelosas con el Internet, y la facilidad con la que nos podía poner en contacto con completxs extrañxs. No diría que eran sobreprotectoras, al menos ahora, pero eran conscientes de los riesgos, y sabían que lxs niñxs a veces podían ser increíblemente estúpidxs. A pesar de su miedo y sus constantes advertencias, he usado el Internet como una herramienta para conectar con otrxs desde que tenía ocho o nueve años. Sin embargo, en los últimos 10 años, la cantidad de personas que usan el Internet en mi hogar ha aumentado dramáticamente. Esto ha hecho imposible ignorar cómo los límites establecidos durante mi infancia, se han vuelto irónicamente borrosos.
La popularización de los celulares, y la facilidad de acceso a las redes sociales, es la razón principal de este cambio. Muchas compañías de teléfonos celulares ya ni siquiera tienen los famosos teléfonos sin Internet, por eso mi madre se vio obligada a comprarle a mi abuela su primer iPhone hace un par de años. Mi abuela era, por decirlo suavemente, reacia. Ella no quería todas las campanas y silbatos que venían con un celular. No tenía ningún problema con —religiosamente— comprar tarjetas de llamadas en la bodega, a pesar de que sus hermanas se habían actualizado a WhatsApp para todas sus necesidades internacionales de chisme. Poco sabía lo revolucionario que sería el cambio para ella.
Más temprano que tarde, mi abuela comenzó a aprovechar al máximo las campanas y los silbatos que alguna vez había menospreciado. Fue agregada de inmediato a muchísimo grupos de WhatsApp y se convirtió en una ávida proveedora de esos mensajes de cadenas religiosas que todxs hemos recibido. A pesar de todo su conocimiento adquirido, ella no estaba lista para ser considerada experta en tecnología, lo que significaba que mi hermana y yo siempre estábamos a su servicio para ayudarla con su celular. En una de esas visitas, las notificaciones de uno de sus chats me llamaron la atención. Algunos de los mensajes decían:
Yalitza: Hace frío aquí en Chicago, pero preparé una comida buena.
Penélope: Aquí hace un calor que da pena.
Nosotras vivimos en Nueva York, y la mayoría de nuestra familia está en RD o Pensilvania, por lo que leer que una amiga suya estaba en Chicago simplemente no tenía sentido. Durante el tiempo que tuve su teléfono, ella seguía recibiendo notificaciones de personas de las que nunca había oído hablar, pero que aparentemente eran sus amigas. Le pregunté de dónde las conocía y dijo que nunca las había conocido, pero que todas estaban siguiendo el mismo plan de dieta que ella.
La persona que me había advertido sin cesar sobre hablar con extrañxs en el Internet, ahora estaba hablando con extraños en Internet. Sin mencionar que me pareció que este chat contenía personas de todas partes, personas que probablemente nunca tendría la oportunidad de conocer en persona. Yo estaba completamente en shock.
Es imposible haber predecido cómo crecerían las redes sociales para incluir la demografía más improbable. En estos días, no es raro encontrar personas que, durante años, no tenían idea de cómo usar una computadora y ahora están en todo, desde WhatsApp hasta Facebook, y yo sabía esto.
Sabía que WhatsApp, específicamente, había revolucionado dramáticamente la comunicación de tías y abuelas en todas partes. Fue sorprendente darme cuenta del alcance y la accesibilidad de estas aplicaciones, y de cómo este fenómeno, de todas las personas, afectó a mi abuela. Antes de WhatsApp, mi abuela nunca se habría atrevido a hablar con unx extrañx en el Internet. Principalmente, porque la forma en la que usábamos las computadoras con tanta facilidad era un misterio para ella. Sin embargo, es importante tener en cuenta cuando estos medios de comunicación se vuelven más accesibles para todxs; todo el mundo comienzan a aprovechar sus beneficios. Aunque todavía me río de la ironía de todo.
Scarlett is a student journalist born in the Bronx, raised in Long Island, though she did live in the DR briefly. She goes to Baruch College in New York City and studies corporate communications and journalism there. Scarlett reads and writes so much, for school and otherwise, that she doesn't have time for much else. Though when she does force herself to take a break, she spends it feverishly re-watching teen dramas from the 2000s and '90s. / Scarlett es una estudiante de periodismo nacida en el Bronx y criada en Long Island, aunque vivió brevemente en la República Dominicana. Ella va a Baruch College en la ciudad de Nueva York donde estudia comunicaciones corporativas y periodismo. Scarlett lee y escribe tanto, para la escuela y demás, que no tiene mucho tiempo libre. Sin embargo, cuando se obliga a tomarse un descanso, se lo pasa volviendo a ver dramas de los años 2000 y 90.