Vengo de una sociedad que juzga mucho la apariencia de la mujer. Una sociedad que eleva a las figuras delgadas asociándolas con la salud, mientras que la voluptuosidad es sinónimo de sensualidad u obesidad —según los ojos que la vean—. Mientras que a los hombres se les juzga por si son altos o no, fuertes o no, si se ven bien con barba o no… A las mujeres se nos mira por el tamaño de nuestro trasero, de nuestros senos, de la panza, brazos, el largo del cabello, la papada… en fin, no hay una parte de nuestro cuerpo que no esté atada a alguna crítica.
Ahora, ¿qué pasa cuando esas mismas críticas te las hace esa vocecita que tienes en tu cabeza?
Un día te levantaste y notaste que tenías celulitis en los muslos, o que tu barriga está un poco más grande o cometiste el gravísimo error de pesarte después de estar varias semanas tomando café caramel con dos mini croissants: true story. Y claro, cuando viste ese número el mundo se te vino encima. Te ves al espejo y no te gusta lo que ves. Los muslos anchos, las caderas grandes, el trasero enorme. Nos machacamos tanto a nosotras mismas, nos comparamos tanto con las demás sin pensar en que nuestro cuerpo es un contenedor que podemos mantener en salud sin la necesidad de seguir un número de una balanza.
Cuál es la necesidad de compararme con fulana o mengana cuando fulana o mengana es una persona distinta a mí?
Ojo, no digo que no comas bien: No. Come tus vegetales, las frutas, deja esos dulces y esa grasita para los momentos especiales, haz ejercicio, toma agua. Si a pesar de hacer todo eso, tu cuerpo sigue siendo más grande, tus muslos son anchos, tu trasero es enorme, pero tus niveles de grasa mala son bajos, si tienes controlada el azúcar, la presión u otros aspectos médicos, pues quiérete como eres. O, al menos, trata de quererte como eres —eso trato de decirme a mí misma—.
Hasta ahora me he enfocado mucho en la parte de la salud y de ese mismo bodyshaming que nos hacemos. Porque no sabemos apreciar nuestra propia belleza y por ende nos cuesta ver la belleza en otras mujeres. Estamos tan atentas a nuestros “defectos” que nos olvidamos de nuestras “virtudes”. ¿Hasta cuando dejaremos de machacarnos por haber disfrutado de un helado o de una hamburguesa? ¿Cuál es la necesidad de compararme con fulana o mengana cuando fulana o mengana es una persona distinta a mí?
En lo personal nunca me importó demasiado qué tan grande era mi cuerpo, hasta que empecé a compararme con otras y, peor aún, con mi pasado. Lo malo de todo esto es que no importa qué tan delgada o gorda nos sintamos, siempre buscamos una manera de lastimarnos: “tengo los muslos muy grandes, las piernas muy flacas, estoy en los huesos, estoy muy ancha, no puedo ponerme esta falda, soy cuadrada, soy chata, no tengo cintura…”. ¿Te suenan algunas de esas frases? ¿Qué tal si hoy, después de leer esto, tratas de mirarte al espejo y ver las cosas que sí te gustan de ti?
Tal vez sea el tamaño perfecto de tus senos que no te dan dolor de espalda, o las piernas fuertes con las que caminas todas las mañanas. ¿Acaso has admirado lo brillante de tus ojos cuando estás alegre o lo cómoda que estás aún sentándote en el suelo? Yo sé que no es fácil ver lo bonito y agradable de nuestro cuerpo cuando nuestro alrededor nos dice lo contrario, pero te invito a que trates de verte con ojos hoy.