Me acomodo en la silla que, después de 4 horas sin pararme, es odiada por cada milímetro de mi espalda baja. La misma no es ni ergonómica ni cómoda, pero es lo que hay.
Las sesiones con mi terapeuta siguen siendo por Zoom, porque bueno, seguimos en pandemia. Tengo ya meses buscando las palabras pa’ explicar esta vaina que siento que me retuerce las tripas y me quita el apetito. Y resulta que la última vez que hablamos, hace ya dos semanas, por fin dije en voz alta lo que siento: Rabia. Y que, de verdad, necesito ayuda. No es sorpresa que todavía no haya abierto el email para confirmar las próximas citas, pero bueno, por lo menos lo dije en voz alta, ¿verdad?
Pero déjame explicarme mejor, porque este café se viene colando hace meses. No, hace años.
La mismísima pandemia que me tiene todavía a miles de kilómetros de casa y de mi gente, es la que ha hecho que las partes más oscuras —no solo mías, pero de la sociedad y cultura dominicana— en la que todavía me muevo, aún desde lejos, salgan a relucir. Como una paila en remojo que revela el aceite que se usó para el arroz, así se siente mi incomodidad. Fácil de ver y de limpiar cuando tengo que. Hasta que, una vez más viendo qué se mueve en la isla, tuve una realización verdaderamente obvia: ¿Quién diablo’ es libre en República Dominicana? ¿Qué mujer es libre?
Tengo años preguntándole a mis amigas que quiénes son las mujeres o voces más influyentes de nuestra generación. Las respuestas no me han encantado, tampoco la cantidad o variedad. Me da náuseas seguir entrando a Instagram y ver que las mujeres más seguidas y admiradas son las mismas, de por sí ricas y pudientes, tratando de vender un sueño completamente inalcanzable un post y un ‘I live where you vacation’ a la vez.
Nuestro cuerpo todavía no nos pertenece.
Nuestro futuro y dignidad son insignificantes para la ley.
Nuestra historia se cuenta a medias.
Pero, I live where you vacation.
Mientras más y más color verde aparece en las redes, y seguimos una de las conversaciones más importantes que considero hemos tenido durante mi generación —las tres causales—, el silencio de las mismas mujeres con tanta influencia que predican empoderamiento y superación personal ha sido devastador. Qué casualidad que cuando se trata de algo pertinente a la salud, integridad y dignidad de todas las mujeres, las que siempre han tenido acceso no dicen mucho.
Pero, como dice mi mejor amiga, eso no sorprende. Lo que enfogona es que nos quedamos igual. Dándole like a todo lo que publican porque, imagínate, ¿qué vamo’ a hacer?
Es precisamente esa indiferencia, tanto personal como colectiva, la que me ha causado rabia. ¿Qué es lo que nos va costar levantarnos como mujeres? Si ya nos quitan nuestra vidas, oportunidades de crecimiento, reconocimientos, espacio… todo. ¿Qué más vamos a perder? ¿Cuántas más pruebas necesitamos?
Carajo.
Yo he considerado un aborto exactamente dos veces en mi vida. Nunca los necesité, porque resulté no estar embarazada, pero en mi cabeza no había duda de que era una opción. No me habían violado. Mi vida no estaba en peligro. No hubiese calificado para las tres causales — pero de haber estado embarazada, probablemente lo hubiese hecho.
Y eso, considerar un aborto libre, no me da pena ni verguenza. La que va a llevar el embarazo soy yo. La que va a amamantar soy yo. A quien le va a cambiar la vida es a mí. Mi vida y todo lo que representa siempre, pero siempre, va a ser más importante.
Las mujeres dominicanas están pidiendo lo básico. Lo mínimo en tres situaciones en las que nadie quiere estar jamás en la vida. Y si eso no te causa rabia, entonces tal vez merecemos seguir en lo mismo. Sin libertad... y en lo mismo.