Pastelón de Plátano Maduro & My Mom

Pastelón de Plátano Maduro Y Mi mamá

By Carmen Rita Candelario

My mom happens to be a kind, open, giving and charismatic person. Her faith in God is something I don’t necessarily share, but fiercely admire, and her attention to detail —from ironing sheets to waking up at 5 am to make me breakfast on important days— is touching and unparalleled. But, like every teenager under the sun, I refused to want to become her. 

I remember saying, and thinking, that there was no way I would become her. I did not like kids as she did, I did not have the patience to teach and I didn’t really like cooking or doing house stuff that went beyond organizing my closet. Yet, as the years went by, I became a ballet teacher and loved it. I started to cook more and wanting to learn about it. And what is more surprising, I became the person that made every space feel comfortable and welcoming —both physically and emotionally— just like her. 

But all of the things I inadvertently became to love, just like her, cooking was the one that surprised me the most. My mom is a teacher by trait and my dad is a doctor. Many years ago, my dad tried to open a restaurant that did not pan out, which left him with an empty commercial space and a state of the art kitchen. This was around the time my mom was eager to get back to work after mostly raising me, so she seized the opportunity and opened up an event space named after the restaurant as well, Palatino. 

I am not entirely sure when she started to exchange the phone for a chef’s knife. Or when her cooking became something everyone talked about, but it did. The business started to grow, the kitchen staff were an active part of my life, and existing in that space, in between the metal tables and big pots, was part of my identity. But as fiercely as I did not want to become her, I also refused to ever acknowledge how talented she was. 

I know I sound like the ultimate brat (because I was), but neither my ego or my very limited cooking skills were ready with what happened when I moved to New York. As soon as I had a proper kitchen I wanted to cook, but everything I made tasted salty, mushy and, well, bad. Yet, I went back into the kitchen time and time again. I started to call my mom and ask a million questions until, slowly but surely, I started to get it right more often. 

The kitchen has, since then, become my safe place. It is where I get to work with my hands —something I don’t do often other than writing on my computer— and where I started to discover myself as an adult. It is the place I adore being because anytime I am there, it means I am showing love to myself and those around me. It is also the place where I write the rules, one spice or ingredient at a time. 

Yes, I became my mom, and I love it. I will never chop vegetables as finely as she does, or probably learn how to make a bendita bechamel sauce, but the day I made her famous pastelón de cubitos de plátano maduro, my friend said it tasted like mami’s, and I am not sure there will ever be a better compliment than that one.

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Mi madre es una persona amable, generosa y carismática. Su fe en Dios es algo que no necesariamente comparto, pero admiro mucho, y su atención a los detalles —desde planchar las sábanas hasta despertarse a las 5 am para prepararme el desayuno en días importantes— es conmovedor e incomparable. Pero, como todxs lxs adolescentxs, yo siempre me negué a querer convertirme en ella.

Recuerdo haber dicho y pensado que no había forma de que me convirtiera en ella en un futuro. No me gustaban los niñxs como a ella, no tenía la paciencia para enseñar y no me gustaba mucho cocinar o hacer cosas de la casa que fueran más allá de organizar mi closet. Sin embargo, a medida que pasaron los años, me convertí en profesora de ballet y me encantó. Empecé a cocinar más y a querer aprender muchísimo acerca de este arte. Y lo que es más sorprendente, me convertí en la persona que hacía que cada espacio se sintiera cómodo y acogedor, tanto física como emocionalmente, al igual que ella.

Pero de todas las cosas que sin querer me encantaron, al igual que a ella, cocinar fue la que más me sorprendió. Mi mamá es maestra de profesión y mi papá es doctor. Hace muchos años, mi papá intentó abrir un restaurante que no funcionó, lo que lo dejó con un espacio comercial vacío y una cocina de primera sin usar. Esto fue más o menos cuando mi madre estaba ansiosa por volver al trabajo después de dedicarse a mí casi exclusivamente por muchos años, así que aprovechó la oportunidad y abrió un espacio para eventos con el mismo nombre del restaurante, Palatino.

No estoy completamente segura de cuándo comenzó a cambiar el teléfono por un cuchillo de chef. O cuándo su comida se convirtió en algo de lo que todxs hablaban, pero así fue. El negocio comenzó a crecer, el personal de la cocina se convirtió en parte de mi vida, y existir en ese espacio, entre las mesas de metal y las ollas grandes, se convirtió en parte de mi identidad. Pero así como tan ferozmente no quería convertirme en ella, también me negué a reconocer lo talentosa que ella era.

Sé que sueno engreída (porque lo era), pero ni mi ego ni mis habilidades culinarias muy limitadas estaban preparadas para lo que sucedió cuando me mudé a Nueva York. Tan pronto como tuve una cocina, quise preparar mi propia comida, pero todo lo que hacía terminaba demasiado salado, blando y, bueno, malo. Sin embargo, me decidí a volver a la cocina una y otra vez. Comencé a llamar a mi mamá y le hice un millón de preguntas hasta que, lento pero seguro, comencé a cocinar mejor con más frecuencia.

Desde ese entonces, la cocina se ha convertido en mi lugar preferido. Es donde trabajo con mis manos —algo que no hago a menudo aparte de escribir en mi computadora— y donde comencé a descubrirme como adulta. Es el lugar donde adoro estar porque cada vez que estoy allí, significa que me estoy mostrando amor a mí misma y a quienes me rodean. También es el lugar donde yo escribo las reglas, una especia o ingrediente a la vez.

Sí, en muchas maneras me convertí en mi madre y me encanta. Nunca cortaré vegetales tan finamente como ella, o aprenderé a hacer una bendita salsa bechamel, pero el día que hice su famoso pastelón de plátano maduro, mi amiga dijo que sabía igual al de mami, y no estoy segura si algún día habrá un mejor elogio que ese.


Carmen is the founder and creative director of Mixta. She is originally from the Dominican Republic and works in tech. She loves attending events and will always be down for coffee and collaborating. / Carmen es la fundadora y directora creativa de Mixta. Originalmente de la República Dominicana, Carmen trabaja en tech y siempre está dispuesta a juntarse a tomar un café y colaborar con otrxs creadorxs.