Homecoming
De Vuelta a Casa
Guest post by María Teresa Cruz
“Whenever I drive into Sosúa, it always feels like a homecoming”— my sister said. And with that, this small town by the sea had welcomed its daughters once more.
You probably wouldn’t know that’s where I grew up if I didn’t tell you myself, but I can’t say that I blame you. When you think of Sosúa you probably envision a fun day at the beach, not so much a place to build a life or settle down. Of course there are still those that do, just like my parents did in the late 80’s when it was an altogether different place.
I remember the beach brimming with tourists in peak season—taking a dip during Semana Santa was strictly out of the question for me and my sisters—, how they would spill out onto the streets when they’d had their fill of the salt water and walk into my parents’ supermarket for provisions. Some would even come back year after year, no longer as strangers but friends. Others actually fell in love with the town, and ended setting up shop there as well.
You know, when I tell people about growing up in Sosúa, the one thing they never fail to mention is the beach. “Wow! How lucky! You had it all to yourself!”— they exclaim. And while the beach is indeed one of its main attractions —a beautiful one, at that—, and many times we were just a convenient walk away, the town that I remember was so much more than that.
It was the friendly faces who knew you and said hello as you walked by; the lazy afternoons spent at the supermarket exploring the aisles or sitting in the office playing with supplies. It was the taste of Mamma Mia’s pizza and authentic Mexican at Los Charros just a few doors down, and the irresistible German pastries from Moser Bakery. It was also the simpler pleasures, like fresh pan judío for a peso a pop, Lamparita’s boiled corn — nearly as famous as his temper— and the sea-grapes sold right outside of school when the final bell rang.
Sometimes my sisters and I would walk to the supermarket afterwards, passing by merchants selling art and cassette tapes, but most of the time our father would pick us up and take us home for lunch. We would make our way through the crowded streets as the news played on the radio. The voice that echoed through the speakers was severe, but even then, it was also comforting in its familiarity.
Maybe that’s why returning always feels bittersweet. Coming back is also being reminded that this town is no longer mine in the ways it used to be, and that it has become something else with the passing of time that I struggle to recognize. The mural my sister and I painted on our school’s bathroom still remains intact as a testament that we were there once, but the imposing cliff at the calle sin salida has now been replaced by Playa Alicia. Some stores and buildings are now deserted, some have been repurposed and other new ones have been erected. It would seem that Sosúa has moved on without me, while I still cling to the memories of what it once was.
Between the things that have changed and those that remain the same, it becomes difficult to find my place. Am I coming home or just passing by? Have I become just another tourist in its midst?
I guess part of growing up is looking back and being at peace with the fact that I might never have a satisfying answer to those questions. Maybe it also has to do with accepting that I have evolved too, and so have my perceptions of this little town I once called home. There is also the wisdom that comes with time, which above all, asks me to treasure these mementos without being entrapped by the past.
“Cada vez que llego a Sosúa, siento que estoy como en casa”— dijo mi hermana. Y de esa forma, este pueblo al lado del mar le había dado la bienvenida a sus hijas una vez más.
Probablemente no sabrías que crecí allá si no te lo dijera yo misma, pero no puedo culparte por eso. Cuando piensas en Sosúa seguramente imaginas un día de diversión en la playa, y no tanto un lugar para crecer o construir una vida. Claro que todavía existen aquellos que sí lo hacen, así como mis padres a finales de los 80, cuando era un lugar completamente diferente.
Recuerdo la playa rebosada de turistas en las temporadas altas —darse un chapuzón durante Semana Santa estaba estrictamente prohibido para mis hermanas y yo—, como salían a caminar por las calles cuando habían tenido suficiente del agua salada y entraban al supermercado de mis padres para buscar provisiones. Algunos incluso regresaban año tras año, ya no como extraños sino amigos. Otros se enamoraban del pueblo y también abrían sus propios negocios allá.
Sabes, cuando le cuento a la gente sobre crecer en Sosúa lo que nunca se queda sin mencionar es la playa. “¡Wow! ¡Qué afortunada eras! ¡La tenías para tí solita!”— exclaman. Y aunque la playa sí es uno de sus mayores atractivos —hermoso, por cierto—, y muchas veces sí estábamos a una muy conveniente caminata de distancia, el pueblo que recuerdo era mucho más que eso.
Era las caras afables que te conocían y te saludaban cuando pasabas; las tardes apacibles explorando los pasillos del supermercado o sentada en la oficina jugando con los suministros. Era el sabor de la pizza de Mamma Mia y la auténtica comida mexicana en Los Charros unas puertas más allá, y la irresistible repostería alemana de la Panadería Moser. También lo eran placeres más simples, como el pan judío fresco a peso, el maíz sancochado de Lamparita —casi tan famoso como su temperamento—, y las uvas de playa que vendían justo fuera del colegio cuando tocaba la última campana.
A veces, mis hermanas y yo caminábamos hasta el supermercado luego de salir, pasándole al lado a los vendedores de arte y cintas, pero la mayor parte del tiempo nuestro padre nos buscaba y nos llevaba a casa para almorzar. Recorríamos las calles estrechas mientras las noticias sonaban en el radio. La voz que se escuchaba a través de las bocinas era severa, pero aún en ese entonces, era reconfortante por su familiaridad.
Quizás por eso es que cada regreso se siente agridulce.
Regresar también es recordar que este pueblo ya no es mío en las maneras en que solía serlo, y que con el paso de los años se ha convertido en algo diferente que me cuesta reconocer.
El mural que pintamos mi hermana y yo en el baño del colegio todavía sigue intacto como un testamento de que alguna vez estuvimos allí, pero el acantilado en la calle sin salida ha sido reemplazado por Playa Alicia. Algunas tiendas y edificios ahora están abandonados, algunos han sido reutilizados y otros nuevos han sido erigidos. Pareciera que Sosúa ha seguido adelante sin mí, mientras yo me aferro a las memorias de lo que fue alguna vez.
Entre las cosas que han cambiado y aquellas que siguen igual, se torna difícil encontrar mi lugar. ¿Estoy regresando a casa o simplemente vengo de paso? ¿Acaso me he convertido en otra turista más?
Supongo que en parte, crecer se trata de mirar atrás y sentirme en paz con que posiblemente nunca le encuentre una respuesta satisfactoria a estas preguntas. Quizás también tenga algo que ver con aceptar que yo también he evolucionado, así como lo han hecho mis percepciones sobre este pequeño pueblo que alguna vez llamé mi hogar. También está la sabiduría que llega con el tiempo, la cual me pide, ante todo, que atesore estos recuerdos sin dejarme engatusar por el pasado.
María studied psychology in college and currently works as an academic adviser in Santiago, Dominican Republic. When she's not telling people about study opportunities abroad, she enjoys sharing her writing through her own blog / María estudió Psicología en la universidad y actualmente trabaja como asesora académica en Santiago, República Dominicana. Cuando no está contándole a otras personas sobre las oportunidades de estudio fuera del país, disfruta compartir sus escritos en su propio blog.